Ya no queda duda sobre la pertenencia del Tottenham de Mauricio Pochettino a la élite del fútbol mundial. Ya no se le puede dejar de lado mucho más. Eso quedó demostrado el miércoles en Wembley al aplastar a un Real Madrid que, pese a tener un claro y duro bajón de ritmo, sigue siendo el bicampeón de Europa, el rival a vencer en Champions y, sobre todo, una vez más, el máximo candidato al título continental.
Es clara la evolución y bestial la mejoría de los Spurs con el paso de los años, y más desde el 2014, año en que Pochettino llegara al banquillo de los Spurs tras hacer un buen papel con Espanyol y Southampton -considerados los Saints como equipo revelación en 2013, por cierto-. Y como ambas cosas ya son tan tangibles dentro de un proyecto de gran envergadura, no puede pesarle al aficionado creer en este joven Tottenham que, a partir de esta condición, juega cada vez más ordenada e inteligentemente.
Y no sólo es que sean ordenados, disciplinados e inteligentes, sino que además son sumamente pragmáticos. Asiduos creyentes de las formas y la filosofía del entrenador argentino, de una manera de jugar dentro de la que encuentran siempre una nueva ruta hacia la victoria y medios inéditos para hacer de su conjunto algo mejor que la vez anterior, sumando a la obra colectiva cual ladrillos a un muro altísimo los destellos, los chispazos y las pinceladas de cada uno de sus baluartes, quienes se alzan grandes y fuertes en todos los escenarios.
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Con línea de tres o línea de cuatro, con doble pivote o dos volantes mixtos, de local o de visita, jugando con la pelota o sin ella (preguntémosle al Dortmund y al mismísimo Real Madrid), este Tottenham empieza a desprender un aura de altísima confianza y autoconocimiento que lastima a todo aquel que deje un metro libre o un resquicio de ventaja. Ese es el verdadero equipo que juega hoy día en Wembley. Y ya es el nuevo miembro de la élite europea.
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