El Mundial volvía a Europa en 1966 tras la disputa de la anterior edición en Chile. Y los aficionados al fútbol ingleses estaban de enhorabuena, ya que su selección sería anfitriona. Inglaterra se convertía en el quinto país europeo en organizar dicho evento, tras Italia, Francia, Suiza y Suecia. Oportunidad única para la selección británica de cuajar por fin un buen Mundial tras cuatro decepciones. Inglaterra 1966 es, hasta la actualidad, el único entorchado que han conseguido los ingleses en los Mundiales.
Arma de doble filo el hecho de ser el organizador. Los ingleses jugarían en casa, sí, pero tenían mucho que perder. En las siete ediciones disputadas hasta el momento, solo en dos ocasiones el anfitrión había levantado el trofeo. Un nuevo fracaso, esta vez ante su gente, podría enterrar de una vez por todas la fama de la selección de Inglaterra como potencia mundial. Inglaterra 1966 podía suponer el mayor batacazo de los ingleses… O no.
Cruz en el sorteo
Inglaterra no disputó la clasificación para el evento por su condición de anfitrión. Su pelea por alzar la copa empezó directamente en el sorteo de la fase de grupos, donde el equipo de Alf Ramsey -que había sustituido al mítico Walter Winterbottom tras 16 años- sufrió el primer revés.
Uruguay, Francia y México, primeros escollos de la lucha inglesa por el título.
Los ingleses quedaron encuadrados en un difícil grupo: la potente y doble campeona Uruguay, la siempre molesta México y una Francia en reconstrucción. Para hacer frente a estos equipos, el entrenador Ramsey contó con una lista de 23 hombres que pronto empezó a sonar como una de las más fuertes que presentaba Inglaterra en su historia: Gordon Banks, Jack Charlton, Bobby Moore, Bobby Charlton…
Banks, un muro imbatido
Por primera vez en una Copa del Mundo, Inglaterra cuajaba una primera frase prácticamente inmaculada. Sumó un punto en el partido inaugural ante Uruguay tras empatar a cero, y venció en los dos siguientes partidos a México y Francia por idéntico resultado, dos a cero. Roger Hunt, delantero del Liverpool, haría tres de los cuatro goles de los anfitriones. La cuarta diana quedara en la nómina de Bobby Charlton.
Pero la mejor noticia para los ingleses sería la solidez defensiva al no encajar ni un solo gol, liderada por el portero Gordon Banks del Leicester City. Guardameta que acabaría convirtiéndose en uno de los mejores, no solo de su época, sino de todos los tiempos. Los británicos se metían por tercera vez en su historia en unos cuartos de final, ronda que nunca habían conseguido superar. El rival sería Argentina.
Fuera los fantasmas
Inglaterra por fin comenzó a soñar con el título cuando la tarde del 23 de julio, superó a una correosa Argentina que llegaba tras eliminar a España. Partido muy polémico. Los argentinos se quejaron del arbitraje parcial del alemán Rudolf Kreitlen. En el minuto 33 de partido, el ídolo de Boca Juniors Antonio Rattin protestó de forma agresiva, lo que supuso su expulsión.
Con un jugador más, Inglaterra dominó y cuando solo restaban 12 minutos, Geoff Hurst, delantero del West Ham, hizo el 1-0 definitivo. Primera vez en semifinales para los británicos que se enfrentarían a una de las sorpresas del torneo. Portugal iba lanzada hacia el titulo de la mano de un genial Eusebio y una magnífica generación de futbolistas del Benfica.
Eusebio, mejor jugador y máximo goleador del torneo, llevó a Portugal al tercer puesto.
Los portugueses, que en fase de grupos habían eliminado a la todopoderosa Brasil al ganarles por tres tantos a uno, no pudieron esta vez con Inglaterra. Los de Alf Ramsey soñaban con el título y no iban a dejar escapar la final de Wembley. Un doblete de Bobby Charlton dejó en nada la diana de penalti de Eusebio, que acabaría siendo nombrado mejor jugador del torneo y guiando a su selección a un histórico tercer puesto.
La madre de todos los partidos
Si en el mundo del fútbol hay un partido que sobresale por encima de los demás es la final de la Copa del Mundo. Escenario sublime, capaz de engullir a los mejores jugadores de la historia. Inglaterra se plantaba allí, en Wembley, enfrentando a la Alemania Federal de Franz Beckenbauer, equipo temible, campeona en el 54 y posiblemente la principal potencia europea.
El partido fue una batalla de titanes. Lucha de poder a poder. En un intercambio de golpes sin precedentes, Haller adelantó a Alemania para que solo seis minutos después, Hurts hiciera el 1-1. Un gol de Peters en el minuto 78 parecía darle la copa a los ingleses, pero Alemania tiene muchas vidas, y Weber en el 89 llevó el partido a la prórroga de forma agónica.
Entonces sucedió. La historia de Inglaterra, y del fútbol, cambió para siempre. En el minuto 101, Hurst anotó un gol fantasma. La falta de medios para saber su fue gol o no aún deja en ascuas en pleno 2018, aunque los más aventurados dicen que esa pelota no entró. Gottfried Dienst, árbitro suizo, dio el gol y convirtió esa final en uno de los partidos más polémicos de la Copa del Mundo de Inglaterra 1966.
Con Alemania volcada, Hurst completó su Hat-Trick e Inglaterra se llevó por primera vez en su historia -y hasta el momento última- el Mundial. Bobby Moore levantó el trofeo de las manos de la Reina Isabel, e Inglaterra disfrutó de una felicidad que en los siguientes años les resultaría esquiva, y es que los británicos no volverían a las semifinales de este torneo hasta 1990.
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