
Kiev, Ucrania, a veintiséis de mayo del 2018. El Real Madrid obtiene su décima tercera Copa de Europa venciendo al equipo más contundente y pegador de la temporada en el fútbol europeo: el Liverpool de Klopp, los del Heavy Metal, la marea roja de Anfield.
El Olímpico de Kiev no da crédito a los sucesos penosos y desafortunados de un grupo de guerreros venidos desde el puerto de Liverpool a encender a su afición escarlata y nunca dejarla caminar en solitario. Trece años de espera llegaron a su fin en la arena sede de la final de la Euro 2012, en donde merengues y rojos chocaron para bajar el telón de un ciclo europeo más. Las cosas, en el tapete verde, dispuestas de la siguiente manera:
Liverpool salió desplegado en su 4-3-3 habitual y con los nombres de gala de Jürgen Klopp. Pensar en casos como los de Robertson y Alexander-Arnold en una final de Champions League no solo resulta inspirador, sino que grita parte de lo que ha sido el equipo de Anfield Road en el curso 2017/18. Un suplente impensad que acaparó el flanco izquierdo junto a Virgil Van Dijk, y un jovencísimo extremo punzante reconvertido en lateral que miró la última gloria europea de su equipo en televisión hace trece años, a punto de enfrentarse a dos colmilludos depredadores como Cristiano Ronaldo y Karim Benzema.
Los ingleses, en buena medida, tuvieron que recurrir a organizarse en un bloque bajo y adoptar una postura contragolpeadora. Lanzar a Salah y Mané por fuera, junto con el empuje de Milner y Wijnaldum y la profundidad de los laterales. La lesión del estilete egipcio, claro está, alteró los planes de penetrar el flanco izquierdo merengue por conducto de sus diagonales hacia el centro y las sociedades que crea con Firmino y Mané.
A partir de ello, con el ingreso de Adam Lallana, el tridente red
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