Si repetimos diez veces el Liverpool – Atlético de Madrid de anoche, en 9 de cada 10 partidos hubiera ganado el conjunto red. Y en la mayoría de ellos me atrevería a decir que los de Klopp hubieran ganado por goleada. No suelo creer en milagros, pero anoche, rememorando aquella semifinal contra el Bayer de Múnich de 2016, Jan Oblak volvió a demostrarme que los milagros también existen. El Atlético volvió a ser el Atlético. Resistió como nunca, sobrevivió como casi siempre.
Es difícil hacer un análisis del partido porque el Liverpool dio una clase magistral de cómo jugar al fútbol de principio a fin. Klopp no quiso volver a caer en las redes de Simeone y propuso un plan mucho más ofensivo que el que dibujó en el Metropolitano: Alexander-Arnold y Robertson volvieron a actuar de carrileros para dar profundidad a los ataques por la banda, mientras que Henderson, Oxlade y Wijnaldum llegaban desde segunda línea para aprovechar algún error defensivo del Atlético. Y el plan de Klopp salió bien. Wijnaldum empataba antes del minuto 60 para incendiar Anfield. El Atlético estaba en la lona, a punto de hincar rodilla ante el que era el actual rey de Europa, pero Anfield volvió a cometer el error de dejarle con vida media hora más.
La sensación, antes de que se disputara la prórroga, es que el Atlético estaba sin aire para seguir. El gol de Firmino acentuó el estado de cansancio. Sin embargo, Simeone no dejó nunca de creer. El Liverpool tiene a Salah, Mané y cía, pero el Atleti tiene a Oblak y a una guardia a la que no le importa morir hasta el final con las botas puestas. Dos destellos de Marcos Llorente sirvieron para confirmar que el fútbol, a veces, no es justo. Pero el fútbol, para este Atlético de Madrid, tampoco ha sido nunca justo.
Foto portada: clubatleticodemadrid.com
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